Vista desde la plaza de El Álamo (Madrid). Cedida por Esther Acosta.
A lo largo de los
meses, sobre todo con la llegada del buen tiempo, si nos fijamos en todo lo que
nos rodea, seguramente que no pase desapercibida la imagen que muestro en la
cabecera de este post y que, en muchas ocasiones al apreciar dicho
retrato, nos hayamos preguntado: ¿De qué hablarán?, ¿Qué será de nosotros cuando seamos mayores?, ¿Estaremos
en allí sentados?, ¿Arreglaremos el mundo a nuestra manera con los amigos en la plaza?, ¿Seremos felices cómo ellos aparentan serlo a simple vista?…
A reflexionar se ha dicho, ya lo
decía el filósofo alemán Arthur Schopenhauer, “Los primeros cuarenta años de vida nos dan el texto;
los treinta siguientes, el comentario”. Y así es y así será como seguramente nos veamos dentro de unos años, cuando hayamos elaborado el texto y estemos sentados en
el banco de la plaza del pueblo, apoyado en la madera de nuestro viejo bastón, comentando temas livianos como el
tiempo atmosférico, la comida que nos espera en casa, sobre la
juventud que merodea por el entorno… También sobre nuestra forma de ver el
mundo, en donde por turnos cada uno expresaremos nuestras múltiples fórmulas para arreglar
los desastres políticos, en los que estaremos sumergidos.
Pero nos hemos parado a pensar... ¿Qué
sería de nosotros sin nuestros mayores?, ¿Dónde se quedaría la tradición oral?,
¿Cómo sería la plaza sin ellos?, ¿En quién nos reflejaríamos en esta realidad?...
Creo que la sabiduría la tienen ellos. Una sapiencia que no está en los libros y a la que algún día nosotros también llegaremos. Como dice la pericia popular, el cumplir años no nos hace más viejos, sino más sabios.
Yo mientras sigo sonriendo, cuando veo esta
imagen en cada plaza por la que paso…
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