“Anunciad con cien lenguas el mensaje
agradable;
pero dejad que las malas noticias se
revelen por sí solas.”
William
Shakespeare

En
este sentido, siempre he sacado una conclusión sobre la emisión y recepción de
mensajes, en donde distingo tres tipos: 1. Mensajes de contestación inmediata,
2. Mensajes de contestación futura (en donde la respuesta más frecuente a la
hora de responder es decir que no se ha recibido el mensaje o se me ha olvidado
contestarte) y 3. Mensajes que nunca se contestarán (por el bien o por el mal
del receptor o del emisor, hay muchos mensajes que no merecen la pena contestarlo y algunos ni si quieras leerlos...).

Como
indicaba anteriormente, las evoluciones en las formas de expresión y
comunicación, cambian a gran ritmo, y esto provoca la desaparición de los
medios de comunicación que hemos practicado siempre. Aunque los cambios producidos en este ámbito son positivos, se
echa de menos ese contacto físico que cada vez es menor, y que las cartas
hacían posible de una forma especial.
El
envío de cartas forma parte de nuestra cultura, y aunque su uso cada vez sea
menor o nulo, siempre estarán ahí, en el recuerdo…. Por eso, hoy me hace echar
la vista hacia atrás y recordar con añoranza y nostalgia aquellos años en los
que mandar una carta era algo mucho más cercano, laborioso y en muchos casos
más cariñoso (en otros casos era para demostrar todo lo contrario), y que
llevaba consigo una ceremonia que hoy en
día no se práctica, como la de escribir la carta, comprar el sobre, el sello
(bien en un estanco o en la tienda ultramarinos que encontrabas de todo) y
llevarlo con una sonrisa en la boca al depósito postal más cercano. En el caso
del receptor, esperar con ganas la llegada del cartero con el fin de conseguir
la carta, el mensaje deseado…
¿Has escrito alguna carta?, ¿Tienes recuerdos de
alguna de ellas?, ¿Conservas alguna?, ¿Sentías impaciencia por una carta que
no llegaba?